Storiella di Natale

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Elisa
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Storiella di Natale

Messaggio da Elisa »

O' Henry es autor de la más bella y memorable historia de navidad
El regalo de los Reyes Magos (Il dono dei Magi - The Gift of the Magi, 1906)

"Un dólar y ochenta y siete centavos. Eso era todo. Céntimos ahorrados, uno por uno. Delia los contó tres veces. Y al día siguiente era Navidad y ella tenía solamente eso para comprarle un regalo a Jim.
Había pasado muchas horas felices imaginando algo bonito para él.
Delia era esbelta, y poseía una hermosa cabellera: Delante de un espejo soltó su cabellera y la dejó cuan larga era. La hermosa cabellera de Delia cayó sobre sus hombros y brilló como una cascada de pardas aguas. Llegó hasta más abajo de sus rodillas y la envolvió como una vestidura. Y entonces ella la recogió de nuevo, nerviosa y rápidamente.

Delia y Jim eran dueños de dos cosas que le provocaban un inmenso orgullo. Una era el reloj de oro de Jim que había sido de su padre y antes de su abuelo. La otra era la cabellera de Delia.

Delia se puso su vieja chaqueta su viejo sombrero. Con un revuelo de faldas y con el brillo todavía en los ojos, abrió nerviosamente la puerta, salió y bajó las escaleras para salir a la calle. "Mme. Sofronie, Cabellos de todas clases" decía el cartel en la puerta del negocio y Delia preguntó:
-Quiere comprar mi pelo?
-Compro pelo -dijo Madame-. Sáquese el sombrero y déjeme mirar el suyo.
La áurea cascada cayó libremente.
-Veinte dólares -dijo Madame, sopesando la masa con manos expertas.
-Démelos inmediatamente -dijo Delia.
Y Delia empezó a mirar los negocios en busca del regalo para Jim.
Al fin lo encontró. Estaba hecho para Jim, para nadie más. En ningún negocio había otro regalo como ése. Era una cadena de platino de reloj, era digna del reloj de Jim.
En pocos minutos, de regreso a casa, en la cabeza de Delia se produjeron unos rizos pequeños y apretados que la hacían parecerse a un encantador estudiante holgazán. Miró su imagen en el espejo con ojos críticos, largamente.....
"Si Jim no me mata, se dijo, antes de que me mire por segunda vez, dirá que parezco una corista de Coney Island. Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho?
Jim no se retrasaba nunca. Delia apretó la cadena en su mano y se sentó en la punta de la mesa que quedaba cerca de la puerta por donde Jim entraba siempre. Entonces escuchó sus pasos en el primer rellano de la escalera y, por un momento, se puso pálida. Tenía la costumbre de decir pequeñas plegarias por las pequeñas cosas cotidianas y ahora murmuró: "Dios mío, que Jim piense que sigo siendo bonita".
La puerta se abrió, Jim entró y la cerró. Se le veía delgado y serio. Pobre muchacho, sólo tenía veintidós años y ¡ya con una familia que mantener! Jim franqueó el umbral y allí permaneció inmóvil... Sus ojos se fijaron en Delia con una expresión que su mujer no pudo interpretar, pero que la aterró. La miraba simplemente, con fijeza, con una expresión extraña.
Delia se levantó nerviosamente y se acercó a él.
-Jim, querido -exclamó- no me mires así. Me corté el pelo y lo vendí porque no podía pasar la Navidad sin hacerte un regalo. Crecerá de nuevo ¿no te importa, verdad? No podía dejar de hacerlo. Mi pelo crece rápidamente. Dime "Feliz Navidad" y seamos felices. ¡No te imaginas qué regalo tan lindo te tengo!
-¿Te cortaste el pelo? -preguntó Jim, con gran trabajo, como si no pudiera darse cuenta de un hecho tan evidente aunque hiciera un enorme esfuerzo mental.
-Me lo corté y lo vendí -dijo Delia-. Lo vendí, ya te lo dije, lo vendí, eso es todo. Es Nochebuena, muchacho. Lo hice por ti, perdóname.
Jim sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y abrazó a Delia.
-No te equivoques conmigo, Delia -dijo-. Ningún corte de pelo haría que yo te quisiera menos. Pero si abres este paquete verás por qué me has provocado tal desconcierto en un primer momento.
Los blancos y ágiles dedos de Delia retiraron el papel y la cinta. Y entonces se escuchó ¡ay!, un rápido y femenino gemido y un caudal de lágrimas cubrió su rostro. Porque allí estaban las peinetas que Delia había estado admirando durante mucho tiempo en una vitrina de Broadway. Eran unas peinetas muy hermosas, de carey auténtico, con sus bordes adornados con joyas y justamente del color para lucir en la bella cabellera ahora desaparecida. Y ahora eran suyas, pero las trenzas destinadas a ser adornadas con esos codiciados adornos habían desaparecido.
Pero Delia las oprimió contra su pecho y luego, más serena, dando un salto con alegría le entrehó el regalo a Jim: la cadena de platino para el reloj.
-¿Verdad que es maravillosa, Jim? Recorrí la ciudad entera para encontrarla.
Jim se dejo caer en el sofá y explicó:
-Delia, olvidémonos de nuestros regalos de Navidad por ahora. Son demasiado hermosos para usarlos en este momento. Vendí el reloj para conseguir el dinero necesario para comprar tus peinetas.


"Todo lo bueno me ha sido dado"

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